Decía Dostoyevski en Crimen y Castigo que «en la pobreza conserva uno todavía la dignidad de sus sentimientos congénitos; en la miseria, jamás la conserva nadie. A un hombre en la miseria, ni siquiera le echan a palos de la sociedad humana, sino que le barren a escobazos, para que sea más humillante aún...». Éste es el día a día de España. Cháves y Griñán, que parecen sacados de una tira cómica de los años veinte, han sido imputados por el Tribunal Supemo; dicen los socialistas que no se les ha imputado ningún delito, que sólo acuden para ayudar a esclarecer lo sucedido y así poder defenderse con garantías. O sea que van como palmeros de Osiris. Pero sin pretensiones eh. Y que eso de la figura del imputado, que se ha deformado en demasía por la opinión pública, cuando claramente es una figura de garantía jurídica de nuestro sistema de derech...y bla bla bla.
Pero cuando le toca el turno a los colegas de azul, entonces ya esa figura es la antesala de una condena en firme. Prácticamente vamos, y tienen que dimitir hasta de su condición de ciudadanos. Mínimo.
Resultaría patético e irrisorio si no fuera porque es el síntoma más claro de la enfermedad terminal que sufre este país maldito y cainita. Tiene razón Pérez Reverte cuando dice que «somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos». Vivimos en un país con una obesidad administrativa de tal magnitud que las arterias de nuestra democracia están obstruidas por los triglicéridos del clienterismo y la codicia.
El sentido común se ha enterrado bajo una pila de lenguaje burócrata y cimientos administrativos que lo alejan del sentir de la calle, de tal forma que ya a nadie le extraña que manden a estos dos señoritos andaluces a juzgarlos al Tribunal Supremo, y no a la jueza que lleva años estudiando el caso al dedillo. A todas luces es más garante que sea el Supremo quien esclarezca el embrollo, que sólo se compone de decenas de miles de folios. Creo que archivar el marrón será lo más adecuado, porque ponte tú a leer eso ¡Madre mía, ni las obras completas de Tierno Galván!
Cuando Dostoievski hablaba de la diferencia entre pobreza y miseria sabía de lo que hablaba; una cosa es vivir humildemente, dando gracias por un empleo de media jornada en Navidad y bajando la cabeza cuando tu madre te da los doscientos euros que ella necesita; y otra cosa, es que una suerte de gandules trepas guardianes de lo público, monten un tinglado para llevarse el dinero de los pobres. El dinero que entre todos ponemos cada mes para que gente con menos suerte que nosotros pueda subsistir. Y lo hacemos con buen gusto. Porque eso debiera ser España. Pero cuando ves que hay tanto hijo de puta sin escrúpulos robando lo ajeno y yéndose de rositas por ello pierdes la esperanza. Esa brizna que a veces te aparece al conocer a la gente y ver sus heroicidades diarias. Heroicidades aplastadas por el yugo de la inmoralidad. «Barridas a escobazos, para que sea más humillante aún...»
No hay comentarios:
Publicar un comentario