jueves, 30 de marzo de 2017

Un año de cárcel por reirse de Carrero Blanco en un tuit

Así es, amigos. La tuitera Cassandra Vera (@Kira_95) ha sido sentenciada por la Audiencia Nacional a un año de prisión por escribir 13 tuits sarcásticos y burlones sobre la muerte de Carrero Blanco.

Parece una broma de mal gusto, pero es absolutamente cierto. Aquello que tantas veces hemos hecho todos, es decir, bromear sobre el atentado de Carrero Blanco que elevó su coche por encima de una cornisa, ha llevado a una estudiante de historia de 21 años a la cárcel. Así está el panorama actual en la justicia de este país.

Tuits como los siguientes:

"ETA impulsó una política contra los coches oficiales combinada con un programa espacial" 
"Kissinger le regaló a Carrero Blanco un trozo de la luna, ETA le pagó el viaje a ella"
"Elecciones el día del aniversario del viaje espacial de Carrero Blanco. Interesante"

Y diez más del estilo. Se puede discutir si los mensajes son más o menos brillantes o si adolecen de mal gusto e incluso cierta amoralidad. Es posible que reírse de la víctima de un atentado no sea nada cortés ni elegante. También se puede opinar que Carrero Blanco es un personaje histórico que murió hace 44 años y que quizá el mofarse de su muerte queda fuera de la órbita de la humillación por motivos temporales. En realidad, todo es opinable. O eso creíamos.

Cassandra Vera @Kira_95


Según la Audiencia Nacional, escribir este tipo de tuits constituye "desprecio, deshonra, descrédito, burla y afrenta a personas que han sufrido el zarpazo del terrorismo y sus familiares" -perdonad la sintaxis tan atroz, pero es una cita textual de la sentencia- y por tanto, todo este pequeño apartado queda fuera de la libertad de expresión. A partir de ahora y según la jurisprudencia que establece este documento, quedará penado el hecho de hacer mofa sobre cualquier persona, independientemente del tiempo que haya pasado. Olvidad la sátira, el sarcasmo y la ironía. Olvidad a Quevedo, a Séneca, a Horario o a Lucilio. ¡Todos a la cárcel!

Por tanto, todos aquellos que alguna vez hayáis hecho chanza sobre el tiro que se pegó Hitler, sabed que estáis en riesgo de condena. De hecho, según la Audiencia Nacional, Quentin Tarantino en su cinta Malditos Bastardos cometió "burla y afrenta" sobre la muerte de Hitler y es muy posible que hiriera los sentimientos de sus descendientes o allegados -si es que los tuvo-. También se debiera investigar a los miles de españoles que bromearon en su día sobre Irene Villa en los patios de colegio mientras se comían su bocadillo de nocilla. Aquello fue deleznable, claro.

Es muy posible que yo mismo haya cometido delitos de esta índole; recuerdo algunos buenos chistes sobre Napoleón o Felipe II. Joder, seguro que el timeline de mi Twitter está plagado de pruebas delictivas que sumadas podrían mandarme a la cárcel una buena temporada. No puedo ir a la cárcel, coño. Soy una perita en dulce. Sería puta carnaza para los presos. Espero que me lleven donde Urdangarín. Creo que lo han mandado a Suiza a cumplir condena. No me gusta mucho el frío, pero bueno, definitivamente elegiré Suiza, sí.

Volviendo al tema principal, me pregunto si este asunto tan ridículo y tan jodido a la vez no será una puta advertencia generalizada para cerrar las bocas virtuales de los millones de personas que cada día rajan de los políticos a través de Twitter. ¡Digo yo!

Esta mierda no hay por dónde cogerla.




martes, 28 de marzo de 2017

Mass Effect: Andrómeda

Hablemos de la saga Mass Effect, una de las IP's más extraordinarias de la última década en el mundo de los videojuegos. Con motivo de la salida al mercado de Mass Effect: Andrómeda, se me ha ocurrido escribir unas líneas reflexivas sobre la industria.

La salida al mercado de este título ha venido acompañada de una gran polémica entorno a ciertos fallos muy claros de los que el juego adolece. Llevo unas treinta horas jugadas y he sido testigo directo de la veracidad de las acusaciones. Me explico:

Mass Effect: Andrómeda es un título de exploración espacial con mapas enormes; también es un simulador de decisiones en el que el jugador debe gestionar las relaciones de toda su tripulación y además, es un shotter de coberturas en tercera persona. Es decir, hablamos de un proyecto muy ambicioso por parte de BioWare y EA, que ha necesitado de cinco años de desarrollo y de un presupuesto millonario.



La historia transcurre 600 años después de los acontecimientos de Mass Effect 3, siendo nuestro protagonista parte del éxodo de la humanidad hacia una nueva galaxia, en este caso Andrómeda. Nuestro objetivo es encontrar un lugar donde asentarnos y comenzar de nuevo, para evitar nuestra propia extinción. Por tanto, como pioneros de la Iniciativa Andrómeda deberemos explorar los planetas candidatos a ser nuestro próximo hogar e iniciar la colonización en las mejores condiciones posibles.

El juego centra gran parte de su atención en el factor social, ocupando un buen porcentaje de nuestro tiempo en las miles de líneas de diálogo entre los diferentes personajes. En cada conversación, elegiremos entre una serie de respuestas, y en función a ellas, lograremos diversas reacciones por parte de nuestro interlocutor. En este sentido, no se aleja demasiado de los anteriores Mass Effect ni del Dragon Age: Inquisition.

Es en los momentos de acción o de exploración, cuando el juego desvela toda su problemática a nivel técnico. Mantiene 30 fps con serias dificultades, notando caídas evidentes en cuanto la pantalla se llena de elementos visuales. Pero sobre todo, Mass Effect: Andromeda posee un popping insufrible; me refiero a esa sensación de que las texturas se cargan a tu paso y los elementos aparecen en pantalla de repente y a pocos metros de nuestro personaje. También he tenido bugs de todo tipo, desde la congelación de la pantalla cuando controlamos el Nomad hasta NPC's flotando en el aire sin ningún puto sentido. Es sorprendente el poco mimo que denota el juego en estos aspectos, para ser un triple A muy esperado por público y crítica.



BioWare siempre ha sido un estudio que se ha caracterizado por darnos juegos de gran calidad y de sorprendente factura, como fueron los propios Mass Effect hace unos años. Sin embargo, desde su integración en EA las cosas parecen haber cambiado. Está claro que el juego necesitaba unos meses más de pulido y que algún publisher tocapelotas ha metido presión a los desarrolladores para que entregaran el juego estuviera como estuviera.

En este sentido, no imagino a ninguna productora de cine metiendo presión al director de una película para que entregue la cinta si ésta no está acabada y repasada del todo. Sin embargo, la industria del videojuego se está acostumbrando a colocar juegos en el mercado que adolecen de numerosos fallos a nivel técnico. Muchos estudios pequeños se han visto engullidos por grandes desarrolladoras como EA o Bethesda y están sufriendo las consecuencias de la presión excesiva y de las fechas de entrega anticipadas.

Existe una dicotomía clara entre el videojuego como pieza artística y el videojuego como mero producto de entretenimiento, y desde luego la segunda opción es la que parece que está prevaleciendo. No culpo a los creadores de Andrómeda, porque es evidente que por ellos no hubieran publicado el juego todavía, pero sí a los productores y a los publishers, que con su codicia manchan a la industria y la alejan del octavo arte.

viernes, 24 de marzo de 2017

Aquí, en Europa

Cuando un loco atropella a una treintena de personas en el centro de Londres o vacía un cargador de AK-47 en una sala de baile de París, nuestra sociedad occidental reacciona con tal desconcierto e inseguridad que uno se pregunta en manos de quién estamos. Es decir, es evidente que en Europa tenemos un nivel de vida descaradamente superior a la mayoría del globo, aunque nos empeñemos en quejarnos constantemente de las minucias absurdas que forman parte de nuestro día a día.

Aquí, en Europa, nadie muere de hambre y es muy extraño que te rajen el cuello para robarte el teléfono o que te claven un puñal en el pecho para quedarse con tu dinero. Tampoco aparecen grupos de enmascarados en nuestros hogares para decapitar a un familiar mientras nos obligan a observar la escena.

Aquí, en Europa, a las niñas pequeñas no se les realiza la ablación del clítoris ni se las casa con cualquier viejo a cambio de treinta cabezas de ganado. Tampoco existen carteles de la droga que dominen provincias enteras donde ni siquiera el ejército se atreva a entrar. No tenemos esclavos ni obligamos a nuestros niños a prostituirse en cualquier calle de Madrid, Milán o Berlín. No hacinamos a nuestros presos ni dejamos el control de las cárceles a merced de las bandas.

Aquí, en Europa, no tenemos a gobernantes que gasten todo el presupuesto en armamento nuclear ni que prohíban el uso de Internet a la población. En Europa no sacamos el agua de los pozos con nuestras propias manos ni mandamos a nuestros críos a recorrer varios kilómetros de caminos polvorientos para llegar a la escuela. No tenemos que utilizar el mismo calzado hasta que la suela se desgaste ni pasamos varias semanas sin darnos un baño. Aquí, en Europa, las mujeres no son violadas entre diecisiete energúmenos en un transporte público de Bombay. En Europa las mujeres no visten burkas ni son propiedad de sus maridos.

Una de las víctimas del puente de Westminster


Aquí, en Europa, vivimos en nuestra propia burbuja. Podemos elegir no querer saber nada de todo lo anterior o podemos elegir estar informados. Sin embargo, nunca llegaremos a comprender qué es el mundo real ni quién es el ser humano bajo la presión de la supervivencia. En Europa no conocemos el instinto que mueve al resto de las sociedades. Aquí, competimos entre nosotros para que nos contraten en un trabajo, nos den un premio o para ligar con una chica o con un chico. En el mundo real, que empieza en nuestra frontera este, a poco más de tres horas en avión, las personas compiten entre ellas por otro tipo de cosas. Compiten por un pedazo de tierra, por comer ese día o por imponer su fe a los demás. Y no compiten con currículos o con vídeo presentaciones, no; compiten utilizando la fuerza y el horror, de maneras tan atroces que ni siquiera podemos intuir la realidad.

En Europa no tenemos ni puta idea de lo que es la lucha por la supervivencia. Hace siglos, lo sabíamos, pero nuestra sociedad tecnológica ha sucumbido a su propia endogamia y ahora no lo sabe. Vivimos mirando una pantalla y pensamos en los suscriptores de YouTube, en las visitas de Instagram o en los seguidores de Twitter. Información al instante y todos contentos y felices... hasta que un pobre desgraciado que camina por el puente de Westminster en dirección al trabajo, escucha un griterío a lo lejos y antes de que pueda levantar la cabeza de su smartphone es arrollado hasta la muerte por un yihadista.

Es aquí, en estos pequeños momentos de caos y desconcierto, cuando los dos mundos se cruzan y es aquí, cuando nuestra sociedad toma consciencia por un sólo segundo de la burbuja en la que vive y de que existen horrores tan reales como el aire que respiramos. Pero tranquilos, esa sensación tan molesta de inseguridad se esfuma cuando el horror deja de ser trending topic.