Hace algunos años una persona muy especial me regaló el libro Diarios de Kurt Cobain, una obra en la que se recogen cientos de páginas escritas a mano por el líder de Nirvana y que datan desde 1989 hasta 1994, año de su muerte. En el libro se puede observar con claridad los temores que atormentaban al guitarrista y cantante, relacionados con la repercusión que el grupo alcanzó en los noventa y la presión a la que se vio sometido a la hora de crear música, sobre todo desde el lanzamiento de Nevermind en 1991, disco que cambió la música rock para siempre. Nirvana no sólo fue un grupo de música, sino el embajador de una nueva corriente cultural llamada grunge, que arrasó entre los jóvenes de medio mundo hartos de las mallas chillonas y las chupas con flecos de los ochenta. La pompa y el boato de los grupos glam dejaron paso a la apatía y el nihilismo de grupos como Pearl Jam, Alice in Chains o Mudhoney; bandas que surgieron dentro y fuera de Seattle y que se convirtieron en todo un fenómeno viral en la época en que Internet era sólo una ilusión.
Kurt Cobain no encajó bien todo el tsunami mediático que le envolvió en apenas un año, tras la emisión mundial en Mtv del archiconocido single Smells Like Teen Spirit. El líder de Nirvana pronto conoció la heroína como remedio aparente a sus problemas, dejándose arrastrar al más oscuro de los abismos. El alcohol y las drogas le trajeron nuevos problemas que se sumaron a los ya existentes. La visión idealizada de la estrella del rock se quiebra a cada página que uno lee de la mano de Cobain. No era un tipo feliz. La dolencia crónica -probablemente enfermedad de Crohn- que padecía le provocaba fuertes dolores que sólo aliviaba chutándose más heroína. Se sentía un desgraciado y sólo el nacimiento de su hija Frances pudo aliviar su sufrimiento. Aún así, el 5 de Abril de 1994, Kurt Donald Cobain se suicidó a los 27 años de edad mediante un disparo en la cabeza. Dejó una nota escrita, la última página de su diario.
Kurt Cobain no encajó bien todo el tsunami mediático que le envolvió en apenas un año, tras la emisión mundial en Mtv del archiconocido single Smells Like Teen Spirit. El líder de Nirvana pronto conoció la heroína como remedio aparente a sus problemas, dejándose arrastrar al más oscuro de los abismos. El alcohol y las drogas le trajeron nuevos problemas que se sumaron a los ya existentes. La visión idealizada de la estrella del rock se quiebra a cada página que uno lee de la mano de Cobain. No era un tipo feliz. La dolencia crónica -probablemente enfermedad de Crohn- que padecía le provocaba fuertes dolores que sólo aliviaba chutándose más heroína. Se sentía un desgraciado y sólo el nacimiento de su hija Frances pudo aliviar su sufrimiento. Aún así, el 5 de Abril de 1994, Kurt Donald Cobain se suicidó a los 27 años de edad mediante un disparo en la cabeza. Dejó una nota escrita, la última página de su diario.
De esta manera, Kurt Cobain se sumaba al Club de los 27, un oscuro grupo de estrellas del rock muertas a esa edad y en circunstancias siempre trágicas. Uno de sus ilustres miembros es Jimi Hendrix, idolatrado por el líder de Nirvana por ser el mejor guitarrista de la historia. Un genio que vivió la época hippie y de la psicodelia dando un golpe encima de la mesa con su estilo inigualable y su virtuosidad con la guitarra. Una mala mezcla entre somníferos y alcohol acabó con su vida y con su talento. También Jim Morrison y Janis Joplin murieron a los 27 por sendas sobredosis de heroína, aunque la muerte del cantante de The Doors aún causa controversia.
Una lista demasiado larga que a lo largo de las últimas décadas no ha dejado de crecer. Todos talentosos, todos brillantes, todos idolatrados, todos ricos y... todos humanos. La mayoría de los miembros del Club de los 27 se embarcaron en una vida en apariencia cómoda y envidiable pero que, en realidad, exigía una gran capacidad psicológica para no caer en la megalomanía o en la depresión.
Una lista demasiado larga que a lo largo de las últimas décadas no ha dejado de crecer. Todos talentosos, todos brillantes, todos idolatrados, todos ricos y... todos humanos. La mayoría de los miembros del Club de los 27 se embarcaron en una vida en apariencia cómoda y envidiable pero que, en realidad, exigía una gran capacidad psicológica para no caer en la megalomanía o en la depresión.
La prensa, los fans, las discográficas, los aduladores y hasta los abogados quieren su parte. Y todos dependen de un pobre diablo que hace música; un tipo que hasta hace un año tocaba en garitos ante veinte personas para pagarse el alquiler.
No hay glamour cuando se apagan los amplis.
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