Uno de mis pacientes más ancianos, un señor de 87 años llamado Juan, me ha contado hoy una historia maravillosa. Su madre, Dolores, mujer culta y de fuerte carácter, militaba en el PCE (Partido Comunista de España) desde los 18 años, en plena II República.
En diciembre de 1935, meses antes de las elecciones de febrero, Falange Española de las JONS estaba en plena campaña electoral por todo el país, intentando explicar su ideología fascista importada de Italia y que se basada en la idea del ultra nacionalismo español sumado a un catolicismo fervoroso.
José Antonio Primo de Rivera, líder del partido, agitaba con pasión su brazo derecho, imitando el clásico gesto del Duce, Benito Mussolini. Unas seiscientas personas se habían acercado al mitin de los falangistas, la mayoría de ellos jóvenes provenientes de las juventudes de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas), que hartos de la moderación de su partido, ven en José Antonio al líder de una nueva derecha, capaz de frenar el crecimiento del Frente Popular. Una joven Dolores, apostada entre la multitud, guarda con celo la bandera roja con el martillo y la hoz que esconde entre sus ropas. Mientra busca una posición elevada, camina entre decenas de jóvenes que vociferan y levantan la mano derecha con cierto entusiasmo revanchista. Algunos periodistas de ABC y Mundo Obrero cubren el mitin cuando alguien interrumpe a gritos el discurso de José Antonio Primo de Rivera: una joven con una gran bandera comunista al aire grita "¡¡¡No creáis al fascista!!!". Todos los presentes se vuelven hacia el gallinero del centro social donde Falange está dando su mitin para observar a la jovencísima Dolores. El propio José Antonio le dirige unas palabras que provocan los vítores y los aplausos de su público:
"Frente al marxismo y sus hordas, que promueven la lucha de clases como dogma y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, está el fascismo, es cierto. Hay algo más sobre las clases y los partidos, algo de naturaleza permanente, trascendente y suprema: la unidad histórica de la Patria".
Los aplausos son tan ensordecedores que acallan los gritos de Dolores cuando un falangista llamado Sabino Esparza se acerca por detrás y la golpea sin cesar para arrebatarle la bandera; la lanza al público y a escasos metros del escenario donde se encuentra el líder de Falange, las llamas consumen el pisoteado trozo de tela.
Dolores logra zafarse de los asaltantes y corre dolorida a través del parque móvil que rodea el edificio de la sede social. En su huída se percata de que no tiene su documentación, posiblemente perdida durante la paliza que recibe por parte de los tres falangistas. Su joven corazón se encoge al comprender que acaba de delatarse ante los fascistas de Falange.
Tras comentarlo en el Partido, se decide que debe abandonar la capital e instalarse en el campo de sus suegros. Pasan los meses, el Frente Popular gana las elecciones y la violencia aumenta de tal forma que desemboca en medio año en la Guerra Civil.
Por su parte, Sabino Esparza, el falangista que atacó a Dolores durante el mitin y que se quedó con su documentación, inicia una búsqueda casi obsesiva tras la joven comunista al enterarse de la ejecución de José Antonio Primo de Rivera en una cárcel de Alicante. Mueve cielo y tierra sin éxito; la joven ha desaparecido.
Los escasos miembros del PCE que aún están en la provincia, en la más absoluta clandestinidad acogen a Dolores y a su marido, transportándolos de casa en casa y de zulo y en zulo. Logran sobrevivir a la furia falangista y se convierten en padres de un niño llamado Juan; un niño clandestino.
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