La Guardia Civil ha detenido a la mujer que denunció hace una semana a su ex pareja por ponerle pegamento en la vagina tras haberla secuestrado. El supuesto agresor ingresó en prisión preventiva durante varios días hasta ser puesto en libertad ayer. Y lo han tenido que soltar tras hallar los agentes pruebas irrefutables de delito de simulación y denuncia falsa. Todo había sido un montaje de esta falsa víctima de violencia doméstica que hasta compró con su tarjeta de crédito el pegamento con el que se intentó sellar la vagina.
Locas histéricas como ésta las hay y siempre las van a haber. Aunque pueda parecer increíble que una señora sea capaz de echar pegamento en sus genitales, acudir a un hospital y de ahí a la Guardia Civil para hundir en la miseria a su pareja, lo cierto es que estos casos ocurren. Ahora bien, es el Estado el que debiera de tener una serie de controles que evitasen que una desequilibrada pudiera salirse con la suya y colar una acusación tan grave contra su ex pareja. Pero la cruda realidad es que no es así.
La cruda realidad es que la Ley de Violencia de Género viola todos los preceptos de igualdad que la Constitución se supone que nos otorga. Con una declaración falsa y un informe de urgencias cualquier miserable puede meter entre rejas a su marido. Por supuesto el hombre no puede defenderse ni rechistar, porque ya la ley de entrada le considera un machista y un maltratador. Detrás vienen los medios de comunicación que, sedientos de carnaza, no dudan en titular "Detenido el presunto autor del secuestro de su pareja, a la que puso pegamento en la vagina".
A esta fiesta del escarnio feminazi también han contribuido otros colectivos como los abogados que han llevado a juicio denuncias falsas aprovechando el viento a favor. A nadie le importa una mierda un tipo que ha sido vilipendiado públicamente y dado por todos como un maltratador. Solo es escoria. Todos ven normal que se le prohíba ver a sus hijos, que se le despida de su trabajo y que se le quite la casa que ha pagado. Porque claro, ella dijo que le había pegado. Da igual que después se demuestre que todo había sido una farsa. Ese pobre tipo ya ha sido destruido.
Y por encima de todo, el mayor daño de esta mierda amoral y lamentable, lo reciben las mujeres maltratadas; las reales. Las pobres desgraciadas que son humilladas a diario por sus maridos acomplejados y que sólo reciben largas por parte de los jueces en forma de órdenes de alejamiento. Las que duermen con un ojo abierto y las que tiemblan cuando oyen las llaves de la puerta a las cinco de la madrugada. Las que lloran a escondidas y las que bajan la mirada. Las que un día aparecen degolladas en sus casas.
Esas son las víctimas de verdad, como siempre.