El feminismo actual, liderado por escritoras como Naomi Wolf denuncia las repercusiones sociales del llamado patriarcado y cómo inciden en el día a día de la gran mayoría de las mujeres. Generalizar nunca es justo, pero en ocasiones es útil para explicar ciertas anomalías. El bombardeo publicitario constante y contumaz a través de los medios audiovisuales ha generado una imagen alocada e inalcanzable del patrón de belleza de la mujer. El hecho de ser inalcanzable no es ninguna casualidad, puesto que se pretende que la mujer nunca esté conforme con su propia imagen, con el objetivo último de que la clienta vuelva a por más productos de belleza o incremente el abanico de los que ya utiliza. El patriarcado, como cima jerárquica de la dominación de la mujer, utiliza la industria cosmética como arma arrojadiza contra el género femenino, y una de sus premisas más evidentes es acabar con la autoestima de la mujer. Una mujer insegura y con baja autoestima, necesita la aprobación externa para sentirse guapa y bella, y por ello invierte gran parte de su energía en lograr ese objetivo. Día a día esta necesidad causa mella en la mujer, que llega a obsesionarse con su aspecto y a vincularlo con su felicidad. La siguiente transcripción pertenece a un foro de enfemenino.com en el que una chica comenta su caso:
«Tenia 15 años cuando empecé a maquillarme y a querer verme guapa. Admiraba ya a las modelos y los trajes que llevaban; no tenia dinero para llevar los modelitos que veía por las tiendas pero mi sueño era ser mayor y comprarme mucha ropa.
Años más tarde, mi sueño se cumplió, empecé a trabajar y pude comprarme todo lo que quise. Hasta ahí todo normal, pensareis.
La ropa, la peluquería, las esteticistas y las maquilladoras son mis aliadas cada mes.Salir siempre perfecta de mi casa, la obsesión de mirarme a un espejo, la preocupación por si el moño que llevo no está bien o si alguno de los pelos va mal, si se me ha ido la sombra o el pintalabios se ha corrido, mirando mi cuerpo, dejando de comer para tener la figura que quiero.
Lo que empezó como algo bonito, de ser una mujer femenina que se arregla, ha terminado por ser una tortura, coger un kilo de más es una obsesión y el no estar guapa me crea depresión...
Siempre dando esa imagen de guapa...luego me doy cuenta, miro a mis amigas y algunas son felices sin maquillar ni arreglar y sin tener encima esta carga que tengo...(que yo sola me he cargado); a las demás se lo he pegado todo, están obsesionadas con su cuerpo como yo...la ilusión de estar guapas y gastando casi todo el sueldo en ropa, etc... Siempre en tacones, aunque acabe con dolor de espalda y de pies al llegar a casa.
Si alguna forera le pasa, que cuente su caso..»
Hasta Scarlett Johansson fue linchada en los medios por su "celulitis" |
No es más que uno de los cientos de casos que pueden encontrarse con facilidad en la red. El triunfo del culto a la juventud y al cuerpo perfecto es tan evidente que basta con observar con detalle los productos cosméticos que utiliza una mujer trabajadora cualquiera: el corrector, la máscara, el labial, el champú sin lavado, el champú
normal, el acondicionador, las toallitas, el reductor, el sérum, la sombra y el corrector de ojos, el esmalte de
uñas, las pinzas, la crema hidratante, el exfoliante, el bálsamo, el anti-edad, el rímel, el iluminador, el lápiz, las
brochas, el rizador, la crema de manos, el fijador y el perfume. Faltan muchos más claro.
A ojos del profano resulta abrumador, qué duda cabe. Pero es un gran indicador de cómo la industria de la cosmética y sus aliados en la explotación de la belleza han sido capaces de crear una absoluta necesidad y dependencia hacia sus gigantescos catálogos de productos. La presión ejercida sobre las mujeres para mantener su aspecto juvenil y negar con rotundidad el paso de los años, es un síntoma de negación de su propia trayectoria vital. Mientras que el patriarcado social alaba a los hombres maduros hablando de su etapa dorada y aplaudiendo sus bodas con jovencitas sonrientes, a las mujeres de la misma edad se las margina en los medios y en el cine y prácticamente se las obliga a rodearse de todo tipo de productos mágicos o a pasar por quirófano para quitarse unos años. Rita Freeman comenta en uno de sus libros que «a causa del
culto a la juventud las mujeres no logran abrazar la posibilidad de sentirse poderosas en
la segunda mitad de sus vidas».
El patricarcado promueve la distancia entre las mujeres jóvenes y las maduras, que se temen unas a otras en cuanto a físico se refiere. De modo alguno interesa que se estrechen los lazos entre ambas generaciones por el peligro que supondría que el género femenino fuera unánime.
La industria de los complejos y de la destrucción de la autoestima es tan poderosa que hasta las propias modelos o las actrices de moda pasan por el bisturí tecnológico de Photoshop para parecer así insuperables. Ropa, productos de belleza, gimnasios, dietistas... todo el mundo gana dinero a costa del sufrimiento silencioso de la mujer.
A mí, en cambio, siempre me han gustado recién salidas de la ducha.
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