La estelada y la rojigualda durante la final de ayer |
Nadie termina de aceptar que España no es Francia. Se apela a los franceses cantando la marseillaise en un estadio de fútbol o a las banderas estadounidenses ondeando al viento en todos los jardines yankis. Cada país tiene un trasfondo histórico que le ha llevado a donde está. España no tiene porqué ser como los demás. De hecho, no lo es. Si no reconocemos que esta península se ha forjado entorno a la relación histórica de varios pueblos independientes pero interrelacionados, nunca nos daremos un entorno de respeto y armonía para convivir. Varios hechos puntuales a lo largo de los últimos cinco siglos han conformado un Estado de naciones claramente diferenciadas y profundamente interrelacionadas con el resto.
Reino Unido es un estado unitario formado por cuatro naciones constitutivas: Inglaterra, Escocia, Galés e Irlanda del Norte, con un parlamento y tres administraciones descentralizadas que funcionan como un reloj suizo. Los ingleses se saben parte de UK y aceptan las diferencias históricas con los galeses, y desde luego no intentan imponerles su bandera. El verano pasado se realizó un referéndum en Escocia con una normalidad que aquí dejó boquiabiertos a los más estúpidos. No es más que un ejemplo para trasladar la diversidad de formas de gobierno que los países se dan en función de los pueblos que los conforman.
Aquí llevamos décadas intentando encajar un puzzle que no encaja y nos frustramos y nos cabreamos entre nosotros. Y resulta que el puzzle no encaja porque sobre la mesa tenemos piezas para conformar cuatro puzzles distintos y ponerlos en el mismo marco.
Los árboles a veces no dejan ver el bosque.
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