¿Cómo se ha permitido este disparate? Sencillamente porque no es casualidad. Estas cifras son la constatación del triunfo de las clases dominantes sobre el resto de la población.
La concentración de la riqueza y del poder siempre ha sido el objeto de las élites sociales, pero no es hasta mediados del siglo XX cuando la desigualdad alcanza índices descomunales.
Acabada la II Guerra Mundial, se produce el retorno de millones de veteranos participantes en la contienda. Los gobiernos europeos se ven en la tesitura de tener que premiar de algún modo los enormes sacrificios asumidos por buena parte de la población. Se desarrolla el Estado de Bienestar en Occidente con medidas sociales encaminadas a la mejora de la clases trabajadoras.
En EEUU tras el desastre bursátil del 29, estas medidas ya venían introduciéndose. A la Seguridad Social y las reformas laborales se unió la subvención de la educación superior para aquellos soldados que habían combatido contra el Eje.
Fueron años de un extraordinario crecimiento económico basado en la producción y la manufactura. El aumento de los ingresos en la población permitió el aumento del consumo y el desarrollo generalizado —Henry Ford subió el sueldo a sus empleados para que pudieran comprar sus coches—. Además, en los 60 y 70 se lograron extraordinarios logros en derechos civiles de la mano de líderes como Martin Luther King o Malcolm X, y el auge de movimientos sociales pacifistas, ecologistas, feministas, etc.
El 85% de la economía estadounidense se basaba en la producción y el 15% restante en las finanzas. Unas finanzas reguladas y que movían el dinero sobrante en forma de créditos para vigorizar una economía sólida a la que sí podía llamarse capitalismo.
Este despertar social no pasó desapercibido por las clases dominantes, que tras tomar buena nota de la deriva que la sociedad americana estaba tomando, comenzaron a preparar el contragolpe abonando el terreno durante la crisis de los años 70. En 1980 es elegido Presidente de los EEUU de América Ronald Reagan, un enemigo beligerante y tenaz de las políticas keynesianas y del Estado, al que atribuye todos los males de la nación. Junto a Thatcher en Gran Bretaña elaboran un plan ambicioso y global que llega hasta nuestros días y que se basó en dos grandes ejes:
-Desregularización del sector financiero: esto permitió el aumento del porcentaje del PIB que suponían las finanzas y el auge de la economía de especulación. Las grandes empresas se dan cuenta que logran mayores beneficios moviendo grandes cantidades de dinero de un sitio a otro del planeta que con su propio producto; la banca de inversión sienta las bases para el dominio absoluto de la economía y las aseguradoras y las grandes corporaciones no tardan en subirse al carro.
-Deslocalización de la producción: la globalización permitió a las empresas establecer su producción en cualquier país del mundo, adoptando de inmediato la legislación nacional de cada territorio. Por tanto, los obreros comienzan a competir con obreros de otros países del mundo en los que la legislación permite la explotación de los mismos. Según Adam Smith "la libre circulación del trabajo es la base de todo sistema comercial libre" y sin embargo, desde los 80 hasta la actualidad, ni el trabajo ni los obreros circulan, pero si el capital. Este sistema teorizado por muchos economistas como Alan Greespan (Presidente de la Reserva Federal) se cimentó bajo la premisa de "aumentar la inseguridad del trabajador", lo que permitió la rápida extinción de la afiliación sindical (sólo un 7% de los americanos en empresas privadas están afiliados a un sindicato) y la expansión general de condiciones de trabajo precarias. Noam Chomsky habla del precariado como aquel proletariado que trabaja bajo condiciones de precariedad que le impiden abandonar la pobreza.
Todo este gigantesco plan global no sólo se reduce a la creación de estrategias económicas. También el aspecto emocional es importante. Las clases dominantes quieren despojar al resto de la población de valores como la solidaridad. La solidaridad y la compasión, valores que nos hacen humanos, representan un gran peligro para las élites. El Estado de Bienestar se basa en la solidaridad de la comunidad con aquellos de los nuestros que más lo necesitan. Por tanto, es algo a aniquilar porque no produce ningún beneficio.
Las joyas de la corona son la sanidad y la educación. Dos bolsas potenciales de negocio con enormes posibilidades para el enriquecimiento. Es evidente que existe una presión desmedida proveniente de las élites para liquidar estos dos sistemas y que pasen a manos privadas. La forma estándar para privatizar un sistema es recortar fondos. Si recortas fondos, el sistema dejará de funcionar y la gente se quejará. Entonces será el momento de ofertar la privatización con la premisa de que lo privado es más eficiente. Es decir, se crea un problema para después ofrecer su solución. La clave para aplicar una medida inaceptable es introducirla gradualmente, como hicieron con los salarios, las condiciones precarias, etc. Nuestros padres, con menos formación que nosotros, podían adquirir viviendas con trabajos de baja cualificación y además mantener a dos o tres hijos, algo casi imposible para una pareja joven de hoy día.
Por supuesto, los medios de comunicación son la piedra angular de todo el proyecto en su papel de principal herramienta de manipulación de masas. Desde los medios, las élites dominantes pueden promover la ignorancia y la mediocridad entre las mismas y así poder inculcarles el sentimiento de culpa sobre su propia desgracia. También es muy útil fomentar la envidia, el odio y la competencia desleal entre las clases trabajadoras, de forma que se peleen entre ellos por las migajas que las clases dominantes les lanzan para que puedan sobrevivir.
Este juego social tan macabro es posible gracias a la ingente cantidad de información que las élites tienen de las clases más bajas y que ellas mismas les proporcionan a través de las redes sociales. La Big Data es la herramienta más codiciada por las corporaciones para poder manejar a su antojo a los miles de millones de desgraciados que están atrapados en descomunales servidores de varias partes del planeta.
Voltaire dijo que "si los pobres empezaran a razonar, estaría todo perdido", pero me temo que Voltaire no conocía Internet.