martes, 1 de marzo de 2016

Otegi sale de la cárcel

Hoy ha salido de la cárcel de Logroño el líder de la izquierda abertzale Arnaldo Otegi tras cumplir 6 años y medio de condena por intentar reconstruir la ilegalizada Batasuna. Y lo hace en loor de multitudes e imbuido del romanticismo del preso político que se ha mantenido firme ante la opresión del Estado. Toda esta retórica aburridísima y pedante sólo tiene un culpable: la Ley de Partidos de 2002.

José María Aznar que ahora vive en la burbuja de su propio superego y en el convencimiento pleno de su superioridad fue el gran artífice de una de las leyes más sombrías que se han legislado en la democracia española. Una ley que se gestó tras una época de fallidos intentos de negociación del Gobierno con ETA, donde hasta el propio Aznar, justiciero a la postre contra el terrorismo, nombraba a su causa "movimiento vasco de liberación". Años después todos fuimos testigos de cómo el Partido Popular echaba en cara al PSOE de Zapatero el proceso de paz que éste inició, insinuando de la manera más rastrera que se estaba traicionando a los muertos; aquello fue deleznable. 



Tras verse Aznar herido en su orgullo por no pasar a la historia como el Presidente que acabó con ETA negociando, decidió pasar a la acción en su segunda legislatura. Ya con mayoría absoluta y una economía que crecía al ritmo del ladrillo, el Gobierno de Aznar aprobó la Ley de Partidos haciendo gala del rodillo parlamentario. Se trató de una ley a la carta para acabar con los representantes de Batasuna en las instituciones. La libertad de expresión pasó a un segundo plano y, con la colaboración inestimable de los jueces puestos por ellos, se inició la limpia de cualquier intento de la izquierda abertzale por continuar en política. Todos a la cárcel, ese fue el lema. 

Pertenencia a banda armada, enaltecimiento del terrorismo, injurias a la Corona... daba igual, cualquiera de ellas era válida para meter en prisión a los abertzales. En la mayoría de los casos, unas declaraciones, un vídeo de una manifestación, un acto en recuerdo de los presos o una simple fotografía bastaba para que se lanzaran condenas a diestro y siniestro. Esta política fue efectiva a corto plazo, es cierto —se trataba de poner tierra de por medio y de eliminar las subvenciones del Estado por cada escaño obtenido—, pero a largo plazo, el Estado fue engendrando mitos locales. Mártires. Líderes. 





El preso político como figura social es uno de los símbolos más sólidos de legitimación del liderazgo que la sociedad siempre ha reconocido. Otegi no es Nelson Mandela, pero de cara a los nacionalistas vascos sí que es un símbolo de coherencia y de lucha por las mismas ideas que ellos poseen. Su pueblo se reconoce en él y empatiza con sus seis años de sufrimiento por aquello que ellos mismos también defienden. Es la creación de un mito moderno a raíz de una ley estúpida. Por eso en las próximas elecciones vascas Bildu conseguirá la mayoría absoluta y por eso es tan peligroso legislar en base al odio o al rencor personal de unos pocos.


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