martes, 9 de junio de 2020

La Religión del Caos

Cuando hace un par de días observé cómo un pelotón entero de la Guardia Nacional estadounidense hincaba la rodilla ante un centenar de manifestantes, tuve la certeza absoluta de que Occidente estaba condenado. El tándem del Primer Mundo, formado por la Vieja Europa y su alumno aventajado, los implacables Estados Unidos de América, iban a verse derrotados por un ejército de fanáticos criados al calor de la mercantilización de la imagen y guiados por la infantilización de sus cavernosos cerebros.

Éste era el final del camino de dos mil años de Historia cimentada en la sangre de la hoja del gladius romano y en las tragedias de Eurípedes; en la belleza del Califato Omeya de Córdoba y su Medina Azahara, en la grandeza de Carlomagno y su Sacro Imperio; en el Cantar del Mío Cid y en la Asturias de Don Pelayo; en la Universidad de Salamanca y en la Escuela de Traductores de Toledo; en las Cruzadas a Tierra Santa y en la Orden del Temple; en la devastación de la Peste Negra y en las herejías cristianas; en la Pinta, la Niña y la Santa María; en el Tercio Viejo de Cartagena y sus temibles piqueros y arcabuceros; en Felipe II y en su Imperio, donde jamás se ponía el sol; en el Hombre de Vitruvio de Leonardo y la Capilla Sixtina de Miguel Ángel; en el telescopio de Galileo y en el modelo de Copérnico; en Tomás de Torquemada y el temor al Santo Oficio de la Inquisición; en la Macbeth de Shakespeare y en El Perro del Hortelano de Lope; en la Ley de la Gravedad de Isaac Newton y en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos; en la Toma de la Bastilla y en el Terror de Robespierre; en la Primavera de los Pueblos y en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels; en el Crimen y Castigo de Dostoievsky y en la Ana Karénina de Tolstoi; en la E=mc² de Albert Einstein y en la radioactividad de Marie Curie; en la Gran Guerra y en la Toma del Palacio de Invierno; en los Felices Años 20 y en la terrible naturaleza de Hitler; en el Desembarco de Normandía y en el abismo nuclear de Hiroshima y Nagasaki; en la Guerra Fría y en la muerte de Kennedy; en el sueño de Martin Luther King y en el pequeño paso de Neil Armstrong; en el Telón de Acero y en la caída del Muro de Berlín; en la muerte de Freddie Mercury y en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York; en el Euro y en el Brexit; en la caída de Leman Brothers y en el ascenso de Barack Obama.



Después de tantas penurias y tanta luz, Occidente ha decidido por fin suicidarse. Ha encontrado la bala de plata que pondrá fin a todo lo conocido para dar paso a algo terrible, la idiocracia. No hay nada peor que un necio fanatizado, dirigido. Porque el estúpido no posee los elementos de juicio necesarios para priorizar el instinto de supervivencia; no los necesita. Sólo requiere de órdenes claras y simples, de etiquetas predefinidas a las que aferrarse y de discursos vacíos de todo y llenos de nada. El necio necesita una religión secular, que le proporcione un propósito en medio de su vida desposeída de valores y plagada de frustración. La frustración es el combustible que mueve los motores gripados de los más simples que, en el fondo, siempre han sido munición en manos de mentes superiores.

La izquierda ha comprendido de manera brillante, a mi parecer, que la lucha de clases no tenía sentido en nuestros días, ya no. Es por ello que tras algunas décadas de ensayo y error, ha encontrado el momento ideal para plantar nuevas semillas de rápida germinación. Mediante una amalgama de ideologías basadas en la confrontación de dos bandos, ha elaborado un pastiche que no tiene rival aparente. Ha combinado con la habilidad de un cirujano el movimiento feminista de cuarta ola con el antifascismo hijo del fracasado movimiento antiglobalización; lo ha aderezado con un poco de ecologismo new age teenager y le ha dado consistencia mediante el antirracismo y un amplio conocimiento de la comunicación en redes sociales. A fuego lento durante más de un lustro, la izquierda ha terminado por cocinar y servir —con éxito— una religión secular que ha logrado meter en el gaznate de millones de eunucos dispuestos a inmolarse sin dudarlo. No se les promete un paraíso con 72 vírgenes, pero sí lograrán aceptación en Instagram y en Twitter, lo que para muchos de estos cretinos es un plato mucho más suculento.

Nacieron con un smarphone en la mano y las grandes corporaciones aprovecharon la oportunidad. Los sepultaron bajo toneladas de información vacía, contradictoria y destinada a generar confusión. Ante tal cantidad de estímulos, prefirieron los textos cortos a los largos, los tuits a los artículos y los vídeos a los libros. El resultado es más que evidente: un ejército de estúpidos lobotomizados.

Basta un hashtag en Twitter o una corriente en Instagram, para que marchen al frente y se ofrezcan como meras herramientas de aquellos que dirigen lo que leen, buscan y comparten a través de algoritmos generados en el desierto de Nevada. Si lo que está de moda es arrodillarse ante un negro porque la masa lo indica, ellos no dudarán en hacerlo. La pregunta es qué pasará cuando se les pida que aprieten el gatillo de la 9 mm que apunta a sus sienes.

jueves, 4 de junio de 2020

El fascismo

¿Qué es el fascismo?

Hoy he leído en Twitter una ola de gente llamando fascista a Joaquín Sabina y a Pérez-Reverte. Evidentemente, es el tipo de gente que se mueve según los hilos que manejan sus brazos y piernas. Marionetas sin formación alguna que bailan al son de la izquierda cultural. Armas de la posverdad utilizadas como arietes en la guerra del relato político. Sin embargo, la deformación del término fascista está siendo tan evidente que resulta preocupante, ya no sólo por uso denigrante, sino por la perversión del significado del mismo.

Por ello, voy a intentar dar unas pinceladas en este artículo sobre el origen del movimiento, sus principales características, su impacto en la década de los 20 y su encaje en el panorama político actual.

La palabra fascismo surge del latin fasces, que se refiere a un símbolo de los magistrados romanos formado por 30 varas unidas con la cabeza de un hacha. Los lictores, que eran funcionarios que acompañaban a los magistrados romanos, portaban el fasces al hombro, simbolizando el poder del magistrado para otorgar justicia y aplicar la sentencia dictada.



El 23 de Marzo de 1919, Benito Mussolini fundó los Fasci Italiani di Combattimento, una amalgama de miembros de otros partidos, que se vieron atraídos por el discurso nacionalista, que aglutinaba el descontento por las escasas ventajas obtenidas por Italia tras su participación en la Gran Guerra. Mussolini, ex-miembro del Partido Socialista Italiano, organizó un movimiento antiparlamentarista que un par de años más tarde desembocaría en el llamado Partido Fascista Italiano, partido que se caracterizó por un fuerte movimiento violento de sus bases hacia los militantes de la izquierda y hacia los sindicalistas.

El inicio de la década de los 20 en Italia vino marcado por el descrédito del sistema parlamentario y una sucesión de gobiernos de extrema debilidad. Los fasci, debido a su brutal oposición a los comunistas, obtuvieron el apoyo de los propietarios industriales, los católicos y los conservadores en general. Esta campaña de represión culminó en la famosa Marcha sobre Roma, donde miles de camisas negras —la milicia armada del Partido Fascista— partieron hacia la capital italiana para exigir la caída del sistema parlamentario. El Rey Víctor Manuel III, rechazó firmar el estado de sitio ante la gravedad de la situación y, días más tarde, nombró a Benito Mussolini Primer Ministro.
En su primer discurso ante la Cámara, Benito Mussolini pronunció las siguientes palabras:

He rechazado la posibilidad de vencer totalmente y podía hacerlo. Me autoimpuse límites. Me dije que la mejor sabiduría es la que no se abandona después de la victoria. Con 300 000 jóvenes armados totalmente, decididos a todo y casi místicamente listos a ejecutar cualquier orden que yo les diera, podía haber castigado a todos los que han difamado e intentado enfangar al fascismo. Podía hacer de esta aula sorda y gris un campamento de soldados: podía destruir con hierros el Parlamento y constituir un gobierno exclusivamente de fascistas. Podía: pero no lo he querido, al menos en este primer momento.

Por tanto, el Fascismo nace con dos características fundamentales: un antiparlamentarismo acérrimo y la militarización de la política mediante la violencia institucionalizada que ejercieron las bases. Se le pueden agregar elementos ideológicos relacionados con el nacionalismo y por el culto al Duce, que fueron extendidos mediante la propaganda y el control de la mayoría de facetas de la vida cotidiana. En esos primeros años de la década de los 20, el fascismo italiano se convirtió en un ejemplo de actuación para otros movimientos totalitarios que estaban naciendo en Europa, incluida la dictadura de Primo de Rivera en España.

La simbología también tuvo un papel importante, ya que los fascistas se adueñaron de elementos propios del Imperio Romano, del que reivindicaban ser descendientes. El racismo no era una característica oficial del partido, aunque existen numerosos discursos del Duce de exaltación de la raza aria. En cuanto a la economía, tanto el fascismo italiano como el alemán se caracterizan por el corporativismo y el rechazo por el sistema capitalista. Es decir, se trata de una política antiliberal que practicó una economía planificada, dirigida y controlada por el Estado.

He intentado dar unas pinceladas del origen del fascismo y sus principales características, ya que el término ha terminado siendo un juguete en manos de estúpidos sin las lecturas mínimas para ser tomados en serio. El hecho de intentar comparar a los fascistas que gobernaron media Europa en los años 20 con la derecha y los convervadores de nuestro tiempo, no es más que otra gilipollez propia de borregos sin un ápice de personalidad. La democracia consiste en la convivencia de un arco político amplio y diverso, que incluso permita albergar a los extremos más alejados de la racionalidad. Puede no gustarnos sus políticas, pero la derecha española ni es antidemocrática, ni sus bases están organizadas en grupos violentos, ni reivindican al Imperio de Felipe II o a los Tercios Viejos. Además, defienden una política económica liberal y repudian el intervencionismo del Estado y cualquier ápice de economía dirigida.

Es decir, no cumplen ninguna de las características propias del fascismo. Y, sinceramente, tiene cojones que tenga que venir yo a defender a la derecha española porque, al parecer, carece de la capacidad necesaria para hacerlo por ella misma, ya que todos los días son tachados de fascistas y ni un solo diputado es capaz de desmontar esa afirmación.