Una de las máximas de los posmodernos que están invandiendo el pensamiento social y cultural de Occidente, es que la sexualidad tradicional ha de derrumbarse al precio que haga falta. Algunas teóricas feministas han ido evolucionando en su pensamiento hasta desafiar a la propia biología académica sobre el sexo. Es decir, hasta ahora, la convención era que el género era un constructo social que otorgaba una serie de roles culturales al hombre y a la mujer. De ahí que muchas feministas luchasen por derogar esos postulados que partían de la tradición occidental pero que afectaban en algunos aspectos a la mujer.
Sin embargo, desde hace algunos años, filósofos como Paul Beatriz Preciado —Manifiesto Contrasexual— o feministas como Judith Butler —El Género en disputa—, defienden que no sólo el género es una construcción social, sino que el sexo también lo es. Se basan en la autopercepción como elemento que dictamine qué es cada persona. Es decir, algunas personas —aquellas que padecen disforia de género—, no se identifican con el género que le asignaron al nacer. Si un hombre percibe que no se siente hombre, sino que es una mujer, comienza un periodo de transición que consta de hormonación constante e incluso de cirugía. Estas teóricas plantean la duda de en qué momento ese hombre puede ser considerando mujer, ya que establecer dos años de hormonación —como ocurre en España— para ser consideradas como tales, no se correspondería con la realidad que él/ella percibe.
Partiendo de esta base, se ha comenzado a legislar en países como Canadá o Argentina, la famosa Ley Trans, que viene a legalizar la autopercepción como método para el cambio de sexo, sin necesidad de hormonarse ni de pasar por quirófano. Y además, viene a establecer decenas y decenas de nuevos géneros que han ido surgiendo.
Evidentemente, esta Ley conlleva una serie de problemas evidentes, que pueden poner patas arriba a nuestra sociedad. El principal es que si cualquiera puede ser mujer con sólo decirlo, se convierte en mujer bajo el prisma de la Ley, con todo lo que ello conlleva. Vestuarios, equipos femeninos, cárceles femeninas, etc… todo a disposición de aquel que afirme que es mujer. No en balde, muchas feministas se han dado cuenta de esta situación y el otro día promovieron #IreneMonteroDimisión, ya que la Ministra de Igualdad es la principal defensora de la implantación de esta Ley. A este grupo muy numeroso de feministas que están en contra, desde el lobby LGTBI+ se les denomina TERF’s —Trans Exclusionary Radical Feminist—, en un claro intento por denigrar este movimiento e intentar quitarlas de en medio. El Partido Feminista, del que Lidia Falcón es su lideresa, fue expulsado de IU por oponerse a esta ideología, que de forma clara y evidente, viene a restar importancia al hecho de ser mujer de manera biológica, queriendo equipararlo al hecho de ser mujer por “autopercepción”.
Tras el éxito de este hashtag en Twitter, una oleada de odio coordinado, intentó contrarrestar el movimiento de protesta sobre la Ley Trans, llegando a vincular a estas feministas con el discurso de VOX, además de insultarlas de todas las formas posibles.
La mayoría de la sociedad no suele entender nada de la idelogía de género porque leer a Butler o a Preciado requiere un ejercicio de voluntad muy firme, os lo aseguro. Sus textos son enrevesados y muy opacos, ya que intentan a través de la retórica tumbar evidencias marcadas a fuego en disciplinas como la biología, la fisiología, la anatomía, la neurología, etc. Sin embargo, a través del poder mediático del lobby LGTBI+, que recibe cantidades ingentes de dinero a través de organizaciones como Open Society, están ganando la batalla cultural a base de intimidar a aquellos que se les enfrentan. En esta guerra por desgaste, os adelanto que será el lobby LGTBI+ quien gane y quien, finalmente, imponga una ley que no surge de ninguna necesidad social, sino de los caprichos de la corrección política y de la posmodernidad.