Hoy he visto un vídeo de Cayetana Álvarez de Toledo intentando acceder a la Universidad Autónoma de Barcelona mientras un grupo de estudiantes la increpaba. Uno de los colaboradores de la candidata del PP se ha girado hacia la muchedumbre y le ha dedicado un saludo nazi y unos cuantos cortes de mangas. Así están las cosas en Cataluña, cada día más polarizada entre los independentistas y los que se hacen llamar constitucionalistas —como si la apología del nazismo fuera constitucional—. No sé si Álvarez de Toledo comparte la misma línea de pensamiento moderado que su amigo el del saludo nazi, pero, en todo caso, tiene muy poco de criterio a la hora de rodearse de gente válida.
El incidente de la UAB sólo es una fotografía más de dos bandos que están en guerra en el escenario, mientras el público, que no deja de ser una abrumadora mayoría, observa impávido la escena desde sus butacas. Si la escalada de odio prosigue, el primer muerto no tardará en llegar y ése será el punto de no retorno. Muchos desean llegar a ese punto pero sólo algunos locos están dispuestos a dar ese paso. Cuando observo las manifestaciones independentistas, veo cantidades ingentes de jóvenes de primero de facultad que aún están en la edad de la "revolución, los medios de producción para el pueblo" y demás fanfarria que queda muy bien pregonar cuando vives los años universitarios pero que queda en nada cuando empiezas a vivir de forma independiente. Estos chicos son independentistas porque se ha relacionado de algún modo el independentismo con la izquierda, cuando los principales impulsores del nacionalismo catalán siempre han sido miembros de la burguesía catalana, los mismos que sacaban bajo palio a Franco por temor a perder la fabriqueta. Sin embargo, existe una especie de tregua entre esta masa aparentemente comunista y los pijos catalanes de Gracia, hijos y nietos de ricos y padres y abuelos de ricos. Sería curioso hacer política ficción e imaginar una República Catalana con un sistema comunista al estilo venezolano y los agentes de la República, que serían de ERC y de la CUP, paseando por los polígonos industriales para ceder todos los medios de producción a los charnegos que trabajan en ellos. Es decir, se lo quitarían a los catalanes de ocho apellidos para dárselo a los hijos de españolazos que vinieron de Extremadura y Andalucía. Dios mío, sólo por eso ya merecería la pena la independencia.
Por otro lado está la batalla de la imagen. Aquí los constitucionalistas lo tienen muy mal, no nos engañemos. La bandera española no es un símbolo demasiado cool y lleva muchos años cotizando a la baja. Por no hablar de los que ocultan su verdadera ideología, como el amigo de Cayetana, que no hacen más que perpetuar esta imagen de lo español como algo de fachas. Lo cierto es que es muy sencillo encontrar a verdaderos subnormales con fotos de la bandera española y el águila de San Juan o directamente con una esvástica en medio, por qué no.
Los indepes cuentan con la parte comunista, que siempre es un plus. De hecho, la estelada no es más que una reproducción de la bandera cubana con los colores de senyera. Pero, por contra, también cuentan con toda esta ristra de pijos insufribles que no pueden esconder su condición porque han sido educados en un ambiente de superioridad moral de tal calibre que les resulta imposible comportarse de otro modo. Esos trajes de 3000 euros, esas gafas de pasta roja de Armani, esos relojes de oro... son demasiados elementos distintivos a los que no se puede renunciar. Menos mal que el Buli cerró, porque en su día estos tíos no salían de allí.
En fin, no defiendo ni a unos ni a otros, todos me parecen la misma mierda.