martes, 19 de septiembre de 2017

El Procés

En 1991 yo era un crío que no tenía ni idea de nada, pero recuerdo con nitidez la guerra de Bosnia. Los bombardeos en Sarajevo, la imagen del Carnicero de los Balcanes o las crónicas de Pérez-Reverte forman parte de los flashes de memoria cuando intento echar la mirada atrás. Si lo recuerdo es porque aquélla fue la primera guerra de la que tuve consciencia. La primera que sentí como real y la primera que me ofreció imágenes que me impactaron sobremanera. Os aseguro que a principios de los noventa no existían tantos remilgos a la hora de publicar en el telediario del mediodía la imagen de varios cadáveres calcinados y colgados de un puente; o de fosas comunes humeantes y repletas de pobres diablos. En el colegio hacíamos dibujos para los niños de Sarajevo y reuníamos comida para donarla a la ONG de turno. Hay quien traía una caja de galletas, otros un paquete de arroz o un cartón de leche. Daba igual. Todos los niños de mi generación sabíamos que en Sarajevo, los niños como nosotros, morían por los bombardeos o por rifles serbios. Conocíamos a Slobodan Milosevic con el sobrenombre del Carnicero de los Balcanes y su foto aparecía cada noche en televisión. De apariencia engañosa, este orondo adalid del mal, fue acusado por los tribunales internacionales de crímenes de lesa humanidad y de limpieza étnica. La desintegración de Yugoslavia trajo consigo tres guerras en un corto periodo de tiempo, la más cruenta la desarrollada en Bosnia, donde además de producirse matanzas como la de Ahmici, se producían violaciones en masa de mujeres bosníacas. Todo aquello fue demencial. Y en pleno corazón de la vieja Europa.

Durante algunos años creímos que Europa aprendería del error de los nacionalismos. Qué estupidez pensar que el hombre puede protegerse de sus errores. Si intentara cualquier analogía de lo pasado en los Balcanes con la situación que vive España hoy día, lo más seguro es que más de uno se llevase las manos a la cabeza o me tachase de majara. No voy a hacer ninguna analogía, pero sí señalaré los puntos que me preocupan de la posible sedición catalana. 





En primer lugar, me preocupa el aroma racista que puede apreciarse en cualquier hilo de Twitter donde se esté discutiendo del tema. Es decir, esta percepción de que el procés es un derecho fundamental de los catalanes. Los más horteras hablan de "legitimidad por nacimiento" y de "derechos históricos", refiriéndose a ellos mismos como parte de un ente que clama al cielo por su libertad, que está en juego por el poder del Estado opresor. Algunos indepes de Twitter suman y restan desesperados para dar con los deseados ocho apellidos catalanes. En fin, esto de la pureza de sangre es algo muy habitual dentro del mundo del nacionalismo, que siempre ha intentado demostrar bajo estándares de dudosa enjundia científica aquello que les hace genuinos y que les diferencia, a su vez, de la chusma a repudiar. Mientras los nazis hacían mediciones del cráneo y de la nariz de los judíos, los catalanes de la ANC (Assemblea Nacional Catalana) intentan rebuscar en el RH Negativo y otras majaderías que ya intentó Arzalluz en Euskadi. También es propio de este racismo velado el estigmatizar a aquel que no es buen catalán, como por ejemplo la mitad del Parlamento de Cataluña, según los estándares sectarios de la ANC. Es conveniente disponer de un par de adjetivos peyorativos que definan con absoluto desprecio al "mal catalán", que por mucho que haya nacido aquí "no es uno de los nuestros". En este caso, el botifler sería el judío de la Berlín de los años 30, un paria al que todo el mundo puede escupir y señalar con el dedo. El charnego, que es ese hijo de españoles nacido en Cataluña, puede ser útil si se une a la causa o puede acabar siendo lo que es, un español más. 

Mi segunda preocupación viene de preguntarme de dónde viene tanto odio. En Twitter se habla de represión del Estado, de marginalidad del catalán, etc... pero sobre todo se habla de fascismo. No porque se sepa de fascismo, desde luego. Sino porque lo habitual en Twitter es calificar las opiniones de aquellos que no apoyan el procés o el referéndum como fascistas. Tal que así. El otro calificativo es el ya manido facha o franquista, nada nuevo. Sin embargo, los entusiastas chavales de la futura mejor República de Europa, que insultan a todo el que dice algo en contra de su visión, suelen haber nacido hace poco menos de veinte años, coincidiendo con el traspaso de la competencia de Educación del Gobierno de España a las Autonomías: una jugada maestra perpetrada por el gobierno de Aznar y que sin duda fue clave para la situación que hoy vivimos. ¿Cómo es posible que exista una generación entera por debajo de los 22 años que odie con absoluta pasión a España y a los españoles? La respuesta es el adoctrinamiento que se ha llevado a cabo con esta generación, que ahora, domina la calle y tiene puesto en pie de guerra a un país de la UE. Bravo Aznar, bravo. Otro mini punto para tu gobierno. 

Y el tercer punto que me preocupa es Rajoy. Pero escribir sobre Rajoy me da verdadera pereza, así que sólo diré que no comprendo cómo es posible que un tipo que es Presidente del Gobierno se dedique a leer el Marca por las mañanas y a fumarse un puro mientras se cocina la sedición en sus narices.