martes, 11 de abril de 2017

El Odio en Redes Sociales

Las redes sociales han crecido los últimos años amantadas por el odio; se nutren de él. Ni siquiera hay que profundizar demasiado en ellas para darse cuenta de que son un pozo sin fondo de miseria moral. En concreto Twitter, que es el foro social más concurrido a diario para comentar la actualidad, desprende un tufo a ponzoña insoportable. En Silicon Valley lo saben, pero sería de estúpidos combatir aquello que te da de comer y, por tanto, se han escudado en la siempre socorrida libertad de expresión para lavarse las manos en este tema. Twitter es el patio de colegio donde dos críos se parten los morros en el recreo mientras una docena forman un corrillo y corean sus nombres. La diferencia es que en este colegio el director observa la escena desde su ventana, sonríe, y continúa contando su cash.

A mí, Twitter me fascina y me asquea a partes iguales. Me fascina el hecho de que cualquier evento o circunstancia que ocurra en el planeta y que tenga cierta relevancia, salte a la plataforma en cuestión en segundos. Y me asquea que, a los pocos minutos, ya haya un par de gilipollas quejándose. El tema a tratar es irrelevante. Lo importante es darle la visión más mezquina que se pueda para, acto seguido, poder compartirlo con el mundo. Ciento cuarenta caracteres le bastan a cualquier indigente intelectual para hacer daño a otras personas. Ni siquiera saber escribir constituye ningún filtro. Basta con hacerse entender.

Ejemplos hay miles, pero por recordar algunos de los más sangrantes, citaré el del niño con cáncer que quería ser torero y varios miserables, que se decían antitaurinos, le desearon la muerte por Twitter. El niño, finalmente ha fallecido esta semana y, durante unos días, sus padres tuvieron que verse vilipendiados por esta gentuza que no merece ni medio segundo de atención.

Todo esto me ha llevado en ocasiones a preguntarme qué coño pasa en el mundo occidental que justifique con cierta lógica todo este odio disparatado y cruel que se lanza contra cualquier cosa que se ponga por delante. Una de las respuestas que parecen más evidentes es que existen muchos más gilipollas de los que pensábamos a nuestro alrededor. Sin embargo, no parece ser ésa la principal causa. Es decir, para que alguien se convierta en un energúmeno debe existir todo un proceso social y psicológico de mina de la autoestima que lleve a estos individuos a un estado constante de ira y frustración y a una necesidad irrefrenable de intoxicar a sus semejantes.

Llevo mucho tiempo en Twitter y siempre he observado que los temas donde se generan bandos es donde se ve con mayor claridad esta escalada de odio profundo que desemboca en publicaciones y tuits de lo más demencial. Por supuesto, todos pensamos enseguida en la política, pero el odio entre ideologías es de sobra conocido y viene de muy lejos. Me interesan más otros temas más mundanos y que quizá os sorprenda saber que también generan un odio incomprensible entre tipos con intereses a priori semejantes. Por ejemplo, la industria de los videojuegos.




Algunos pensaréis que es de chalados pensar que una parte importante del ocio que consumen muchas personas, como son los videojuegos, y que suele asociarse a diversión y esparcimiento, genere odio. Pero la realidad es que la comunidad de los videojuegos es una de las más tóxicas que pululan por internet. La explicación procede de la identificación que muchos usuarios hacen con las marcas de los productos que consumen. Es decir, aquel que se compra una Play Station 4, tiende a defender su producto en contraposición a aquellos que han adquirido sistemas de juegos diferentes como Xbox o Nintendo

Es curioso ver en los foros, en Twitter o en YouTube, los cientos y cientos de comentarios que se generan tras cualquier noticia que afecte a una de las tres compañías. No son comentarios donde los usuarios hablen de los juegos y compartan las alegrías de su hobby favorito, en absoluto. El mayor tráfico de comentarios y reacciones está relacionado con una especie de guerra de consolas donde los usuarios de Play Station se ríen de los de Nintendo o los de Nintendo entran a rajar sobre noticias de Sony. Se llegan a generar volúmenes de visitas incomprensibles en vídeos de YouTube donde alguien critica de manera abierta a otras compañías. En este sentido, parece que existe una especie de necesidad en ciertas personas de defender su compra, sintiéndose gravemente ofendidos cuando otro usuario critica su producto.

Esto tiene connotaciones muy graves de baja autoestima y discutible personalidad, porque nadie debería ligar su honor personal al de un producto o una marca comercial, así como tampoco parece razonable odiar a otras marcas por ser competencia de la “suya”. Estas broncas no suceden de manera esporádica como alguien podría pensar. Lo preocupante es que a diario en los comentarios de YouTube se leen barbaridades de todo tipo y forma; incluidas amenazas de muerte hacia ciertos youtubers de uno u otro bando.

Es decir, cada día cualquiera puede comprobar de primera mano el triunfo absoluto y aplastante del marketing de las multinacionales, que han logrado generar millones de fans acérrimos a sus marcas, capaces de defenderlas con fiereza allá por donde pasan. Es una publicidad infiltrada en foros, en discusiones de Twitter y en cientos de videos de YouTube que hablan constantemente de las citadas marcas y de sus productos. Nadie parece darse cuenta de lo que ocurre, excepto los cerebros que hay detrás de las campañas publicitarias y los diseñadores de estrategias globales de marketing de Nintendo, Sony o Microsoft.

Tan sólo es un ejemplo de los bandos que se crean en la red y de los que surgen los llamados haters. Sospecho que en algún momento de nuestra reciente historia, Occidente generó una serie de problemas sociales relacionados con el consumismo enfermizo y con la dispersión de la imagen que proyecta la publicidad, en la que millones de personas fueron cayendo de manera gradual, asimilándolos como propios. 

El deseo de poseer aquello que no se posee

Una aliteración que encierra en sí misma poderosas consecuencias relacionadas con una autoestima minada por el bombardeo de anuncios y por la lluvia fina de mensajes que nos dicen lo estupendo que te hace este producto o el otro y lo feliz que serías si te compraras no sé qué. Nuestra sociedad occidental, basada en el mercado libre y salvaje, se ha dedicado durante décadas a provocar el deseo en la persona y a transformar a la persona en consumidor. 

Y el deseo no correspondido provoca insatisfacción, frustración e infelicidad, pilares fundamentales del odio que nos rodea.