martes, 30 de agosto de 2016

La calientapollas

Tiene una mirada directa, algo agresiva incluso. Casi siempre la acompaña con media sonrisa traviesa y fugaz. Se comunica con gestos prácticos, exenta de parafernalia. Se acerca demasiado cada vez que me habla; en ocasiones me sujeta el brazo con suavidad. Noto cómo se me acelera la respiración cuando se apoya en mi mesa, pero no me importa, porque tiene unos ojos verdes esmeralda que te abstraen del mundo cuando se clavan en ti; al momento se marcha regalándome un suave contoneo coreografiado que me hipnotiza unos minutos sumergiéndome en decenas de pensamientos alocados. Estoy confuso ¿Qué me pasa? Sabe que tengo novia y yo sé que tiene novio.

Todo esto no es nuevo. No soy especial para ella, joder. Cuando me despierto de mi absurdo sueño caigo en lo que se cuenta en la redacción. Esto ya le ha pasado a más gente. Se dice que le encanta tontear con los tíos.



Los siguientes días intento estar más pendiente de los detalles; me fijo en cómo despliega su ristra de habilidades para desgracia de otro incauto. Una vez vista la situación con perspectiva, le quito hierro al asunto. No es por mí, lo hace porque obtiene algo de este juego. Me permito entrar en sus bromas y abrazos. Siento cierta intriga.

Sé que no tiene mucha relación con el resto de compañeras, eso es vox populi. Demasiadas veces la han despellejado en mi presencia. Llama la atención por su físico, por la ropa que lleva y por toda esa fachada impecable, y aún así me da la sensación que esconde algo tras su perfeccción; algo que le incomoda. Parece muy segura en apariencia, pero algunos gestos no son coherentes con su armadura de supergirl. Empiezo a dudar de que se trate de un juego.

Algún idiota ha ido comentando que es una calientapollas, imagino que dolido por ser incapaz de follársela, pero no tiene ni puta idea. En realidad, yo diría que tiene la autoestima machacada. Por eso actúa así con nosotros; por eso actúa así conmigo. Me pide a gritos mudos que muestre mi interés por ella, porque ella no ve en el espejo a la misma chica que el resto vemos. Se comunica conmigo con un extraño código de gestos que he malinterpretado. Un código de miradas y de armas de seducción atávicas que su cerebro utiliza para defenderse, y que pueden paliar temporalmente su baja autoestima si recibe de cualquiera de nosotros algún gesto que nos delate. Necesita que los demás le confirmemos su atractivo. Así funciona ella a diario; parece agotador.

No es ninguna calientapollas. Sólo es otra pobre infeliz, como todos nosotros.