Dice Rafa Mayoral que "una lección aprendida de estos dos últimos años es que no bastan los buenos argumentos, ni el entusiasmo, ni las ganas de cambio, para convencer a otras formaciones políticas. Al adversario no se le convence, se le condiciona y se le obliga a asumir nuevas posiciones políticas". Y tiene toda la razón. El parlamentarismo y la brillantez del discurso político como arma para modelar posiciones políticas rivales y recabar apoyos ya no existe. Es cosa del pasado; puro humo. Sólo son las formas heredadas de los grandes políticos del XIX que lograron con muchísimo esfuerzo crear la Constitución de 1812.
Hoy día los intereses económicos han degradado todo a su paso, haciendo que a medida que el dinero subía en la escala de valores de la sociedad, el resto de ellos pasaran a mejor vida. Por tanto, la honestidad, la lealtad, la solidaridad o cualquier otro valor ha perdido posiciones en el arco moral de la nación.
En una mesa de negociación una persona puede ser brillante y capaz de explicar sus ideas y proyectos de forma tan nítida y evidente que los adversarios reconozcan interiormente la valía de lo expuesto. Ahora, por encima de todos esos adversarios existe una pequeña cúpula que decide el rumbo y el resto tan sólo reman. Todos reciben cada mañana en su mail un argumentario donde se expone qué tienen que contestar en relación a los temas de actualidad. Por eso observamos cómo todos responden lo mismo ante el escándalo de Valencia: "Lo importante es que en este país se hace Justicia y el PP ha sido implacable con todos ellos. Ya no están en el partido". Ni una voz disonante, ni una autocrítica.
Los grupos parlamentarios están dirigidos por dos o tres personas y las cien restantes sonríen y asienten. Diez o doce personas podrían llevar todo el Parlamento sin ningún problema. Por eso cada vez se debate menos en la Cámara, porque todos saben que sirve que para abrir algún telediario y poco más.
Desde luego para las cúpulas es más cómodo este sistema de listas cerradas; la dictadura siempre supone menos papeleo.
Cualquiera puede ver un debate en el Parlamento Británico y observar cómo cada miembro expone sus ideas con independencia de las de su partido. Se debe a los votantes de su distrito y le suda la polla la línea política de su jefe de filas. El resultado de cualquier votación aporta en ambos partidos votos a favor y en contra; y no como en España, donde todo el resultado es monocromático.
Este sistema electoral unido a la Justicia podrida que tenemos es la base del 80% de la corrupción. Penaliza la crítica, elimina el debate y propicia el clientelismo; da igual quien gobierne.