Por fin llegó el día en que el Parlament de Cataluña, por 72 votos a favor y con 63 en contra, aprobó la propuesta de independencia del Estado. No han dudado demasiado. Plantearon las elecciones autonómicas como un plebiscito y lo perdieron, pero eso no ha supuesto mayor problema: se pasa de largo y aquí paz y después gloria. ¿Para qué enredarnos en quién ganó qué?
Después está el hecho curioso de que para reformar el Estatut de Cataluña es necesario contar con dos tercios del Parlament. Sin embargo, para romper la Constitución de un Estado de la Unión Europa —no hablamos de Mauritania o Somalia— basta con poco más de la mitad de los escaños; legitimidad sólida como el acero élfico.
Para esta hazaña se han unido la derecha rancia de Artur Mas —y su burguesía corrupta y cerril— y la izquierda antisistema de las CUP. Esto demuestra como la estupidez es la argamasa que nunca falla. Capaz de unir un ladrillo de mármol pulido con roca virgen. No sé quién es qué.
Supongo que cuando Mariano se acabe de fumar su puro mental intentará moverse ante tal situación. Eso sería lo lógico, puesto que unos tipos en Barcelona han cometido sedición. Pero lo lógico no va con Mariano. Él tiene un dominio magistral de los tiempos. Está esperando al 20 de diciembre para presentarse como el adalid de la salvación de España. Estaba muerto hace unos meses y ahora ve la luz. No se ha visto en otra igual y no sabe cómo agradecerle al del mentón de plomo que le haya sacado las castañas del fuego. Igual hasta le sale bien la jugada y vuelve a ganar —Dios mío, por qué no me llevas ya—.
Esto es España. No nos aburrimos aquí.